Artists: Lina López / François Bucher
La foto a color de la mujer que vivió una historia de amor en blanco y negro con Chris Marker, por allá en el año 1960, una historia platónica y secreta que quedó para siempre invocada en una película de ciencia ficción – La Jetée. La película es un objeto mágico lleno de poesía y de ensueño, la historia de un amor suspendido en el tiempo. Helene Chatelain es el nombre de la mujer que quedó fijada en ese retrato eterno del amor que no se consume; del tiempo circular que se conjuga sin cesar en la película. Helene camina en el presente, por el mismo Jardín des Plantes en Paris donde vivió su idilio con Marker, y con ese aparato mítico y etéreo del cine. No hay diferencia entre los recuerdos de su propia vida y los del rodaje de la película, no hay distancia, todo está indiferenciado en su memoria. Un espejo revela dos hemisferios de la cara de Helene, como un portal entre diversas dimensiones, un eje central, un horizonte profundo, las mil y una caras del tiempo.
Hélène –alcanzada por esa enfermedad del tiempo que es el Alzheimer– camina con nosotros por los mismos jardines por donde caminó hace medio siglo. El tiempo del amor es paradójico, los animales disecados del Museo de Historia Natural lo son también, y lo es el cine, y la memoria. Visitamos el corte de tronco del árbol de secoya que aparece en La Jetée, en la parte donde el personaje central de la cinta – el avatar del cineasta enamorado – le muestra a la mujer que ama, el tiempo futuro, más allá del último anillo del tronco, de donde viene él. Se evidencia el encuentro imposible de los amantes; un lugar sin tiempo que solo existe en la duración del presente.
Hélène recoge su pelo con la mano, el gesto atraviesa el tiempo, trasciende, viaja. Solo el cine lo puede percibir, solo el viajero en el tiempo de los lentes, el que observa un tiempo que se queda; un umbral entre dos fotos fijas tomadas a medio siglo de distancia.